Isidoro ahora también cuenta con un Libro de Oro

Cuando el mítico Dante Quinterno murió en 2003, la noticia llegó tarde o al menos enrarecida. Es que tenía 93 años y como suele suceder en casos como el suyo, mucha gente, incluso la que sabía que era "el de Patoruzú", suponía que estaba muerto hacía tiempo. Sin cara y sin voz (casi no dio reportajes, ni se dejó fotografiar por largos años), estaba alejado del que había sido su obsesivo universo de creación y trabajo. El notable dibujante era al final y por propia decisión, una marca editorial (como Columba), luego de haber sido durante mucho tiempo para la historia del humor, la historieta y la industria gráfica argentina un creador insoslayable.
El caso de Quinterno es interesantísimo. Singular y ejemplar a la vez. Su vida profesional se confunde, coincide, casi exactamente durante tres décadas (1925-1955) con lo mejor de la historia de la historieta y el humor gráfico local. Es el primer grande, definitivamente. Y lo que enseguida salta a la vista del curioso investigador es la extraordinaria precocidad, el talento artístico (notable dibujante, gran narrador) y la visión (la voluntad constructiva, comercial y empresaria).
Quinterno nació antes del centenario (es de 1909, un año menor que Frondizi, dos que Homero Manzi) y a los catorce ya era un dibujante excelente que publicaba en las revistas. Creció, apurado adolescente y se formó en la Buenos Aires de laburantes y bohemios que describe el tango, que emociona el fútbol y el boxeo, que pinta el sainete, que nombran los poetas de Borges a Tuñón. Es el país y la ciudad que vive el postrer apogeo económico del esquema de los ganados y las mieses, antes de la crisis política y económica del año 30.
Se sabe que el pibe Quinterno aprendió y se formó junto al famosísimo Mono Taborda y que tras la temprana muerte de éste, ayudó a Arturo Lanteri, otro consagrado. Pero el chico los superó de inmediato: a partir de los dieciseis impuso sus propios personajes porteños, plenos de observaciones costumbristas -Panitruco, Don Fermín, Manolo Quaranta- antes de los veinte ya era un profesional exitoso que empezaba a tallar en los grandes diarios con sus arribistas -Don Gil Contento y Julián de Monte Pío- y apenas cinco años después era el dueño de la pluma mayor y la pelota. Quinterno tiene todas las características del pionero, del tipo emprendedor de frontera que descubre un espacio y lo llena con ambición, trabajo y creatividad. Es alguien que se inventa a si mismo, generando una obra (en todos los sentidos) y que desde el principio es consciente de sus potencialidades.
Su creación absoluta, el personaje de Patoruzú (que nace, cre, muta y se muda nerviosamente de uno a otro de los diarios más dinámicos de la época -Crítica, La Razón, El Mundo- hasta constituirse en un auténtico fenómeno de popularidad) está en la base de todo.
Después, una vez obtenidos no sin pelear, los plenos derechos de propiedad intelectual y explotación comercial de marca y personaje, Quinterno se independiza y comienza a construir lo que será su vigoroso imperio al fundar, alrededor del indio, revista, editorial y sindicato propios ("sindicato" en el sentido de syndicate norteamericano: agencia propietaria y distribuidora universal de sus historietas y personajes).


Es que el joven Quinterno, formado mirando a los autores de la época dorada norteamericana -del hierático McManus de "Bringing up Father" (modelo en "Panitruco") al principio, a la modernidad dinámica de Dirks, Rube Goldberg y De Beck y sobre todo Segar, después- tiene un modelo definitivo y superador de todos, que va más allá de las afinidades de trazo: Walt Disney.
Si hay que buscarle un paralelo, Quinterno es nuestro Disney. Pero se recorta sobre ese modelo, no sólo porque el ritmo y el clima de las primeras aventuras disparatadas de Patoruzú (como "El águila de oro") le deben mucho a Floyd Gottfredson, el genial responsable de Mickey de esos años, sino por los gestos que van más allá de la imaginación gráfica, que hacen a su concepción integral del negocio. Por algo a principios de los 30 -un muchacho aún- viaja a Estados Unidos en peregrinación iniciática y visita la factoría de los dibujados sueños animados. Quiere saber de qué se trata y cómo se hace. Y diseña su modelo de desarrollo creativo y comercial a partir de ahí. Así, de Disney, el incipiente autor-empresario aprende la necesidad y los beneficios de saber derivar, trabajar en equipo, armar una máquina productora bajo su férreo control, donde haya espacio para la expresión libre y donde la creatividad individual confluya bajo una sola firma constituida en marca. Casi desde el principio y a lo largo de décadas, tanto Patoruzú e Isidoro, como Upa y Patoruzito después, serán el resultado del trabajo conjunto de dibujantes y guionistas formalmente anónimos, ilustres conocidos desconocidos: su hermana Laura Quinterno, el gran Tulio Lovato y Mirco Repetto, entre otros.
Por otra parte, el mensuario luego quincenario y finalmente semanario Patoruzú inaugura un tipo de revista para la que Quinterno abre sabiamente el juego. Así convoca a múltiples colaboradores e inventa una fórmula original concebida para un lector más amplio: "para la familia". Patoruzú instaura una manera de combinar el humor gráfico y escrito con la actualidad opinada y durará tres décadas. Nada menos.
Quinterno fue maestro y su revista, escuela de campeones. Desde Patoruzú dio espacio y alas a Ferro, Blotta padre, el primer Divito, el primer Mazzone, Poch, Toño Gallo, Ianiro, Battaglia... Cada uno con sus personajes y su estilo. Algunos, Divito, Ianiro, Mazzone, se fueron y crecieron en la competencia. Otros, como Ferro o Battaglia, siguieron muchos años con él. Ese Patoruzú se constituyó en institución y el glorioso Libro de Oro era el moño que junto con el pan dulce y la sidra, cerraba el año en paz.
Claro que la consolidación editorial no era todo. Había una asignatura pendiente. Porque Disney significa además, el cine de animación. Y esos años son los de la explosión, los del salto de calidad técnica y pretensión del invento: los primeros largos, la animación realista de Blancanieves, de Pinocho, de Fantasía.
Los quince minutos de fama y de Upa en apuros que Quinterno conseguirá laboriosamente poner en pantalla recién en 1942 (una década después de aquella primera visita a los estudios) son todo lo que consigue plasmar de su sueño de celuloide. El suyo, destino sudamericano, será un reino de papel. Su revista será un clásico de exportación, el sindicato venderá por y para todos los medios de habla hispana al cacique e incluso intentará la incursión en el mercado norteamericano.
De todos modos, impresiona la modernidad y el ímpetu del proyecto de Quinterno en esas primeras dos décadas de trabajo. Patoruzú y compañía saltan de la revista y la tira, a la radio, a los muñequitos, a los disfraces, a la publicidad. No hay espacios vacíos donde no pueda entrar su personaje.

Y es entonces que redobla la apuesta: lanza Patoruzito, semanario puro de historietas en 1945. Y lo hace en un momento clave, cuando le ha nacido competencia pícara con Rico Tipo, cuando ha decidido poner las barbas opinadoras en remojo ante las dificultades de la politizada Cascabel y cuando la novísima Editorial Abril le abre un frente infantil con los personajes de Disney, nada menos.
Desde el logo original y con la ilustración única de tapa colorida a la manera de Billiken, Patoruzito apunta para abajo en la escala de estaturas de la familia, y gana. Combina sabiamente los distintos tipos, tonos y tramas de relato. Del texto literario adaptado a la aventura moderna y al humor desaforado, unidos todos por el estereotipo narrativo del folletín: el "continuará".
Dibujo realista en Salinas ("Hernán, el Corsario"), Mottini, Breccia ("Vito Nervio"), Premiani y Lovato ("Rinkel, el ballenero"). Desafueros expresivos en el humor de Ferro y su "Langostino", Battaglia y "Mangucho y Meneca" o "Don Pascual". Es decir, los mejores. Compra a los syndicates "Rip Kirby", "Captain Marvel", "Rusty Riley", pero no falta "Tucho, de canillita a campeón" y con los gauchos de Roux o de Rapela, el apropiado color nacional. Para adolescentes y para los más chicos, Patoruzito es perfecta.
Luego nacen las Locuras. Es sabido que el personaje que cristaliza finalmente en Isidoro Cañones nació varias veces, conoció distintos nombres y avatares, como las deidades hindúes, hasta alcanzar su forma definitiva. Es algo propio de los muñecos de historieta irse haciendo en el tiempo, cercer y des-formarse por el autor, pero sobre todo, a partir la repercusión entre los lectores. Si Patoruzú nació formalmente tres veces, Isidoro siguió un proceso similar, paralelo y complementario. Lo notable es que al arquetipo porteño del atorrante, arribista y vividor, Quinterno lo pensó primero. Patoruzú (como Popeye, como Clemente) es el personaje ocasional que irrumpe como variable loca en la tira diaria, desde un papel secundario y ridículo y desde ahí, se va apropiando del protagonismo, hasta quedarse finalmente con el cartel y el título.
El proceso es así: en un primer momento el indio inocente, provinciano, estúpido y rico, que llega de punto a la historieta costumbrista para ser motivo de bromas y estafa por el equívoco porteño piola (Don Gil, Julián) se revela motor de situaciones por si mismo y cambia el eje, el tono y la esencia misma de la historieta. Luego devenido protagonista solitario y dueño de su tira, el indio encuentra y asume insólita y voluntariamente "un padrino" (aquel mismo porteño piola y vividor, olvidado y reciclado) pero aunque el vínculo desigual vuelve a ser el mismo, el contexto es otro: del costumbrismo urbano pasamos a la aventura cosmopolita, de la ciudad, al cielo y al mundo abiertos de la peripecia, donde el piola es por lo menos, disfuncional y ridículo. En un tercer momento, una nueva contrafigura, el coronel Cañones, le vendrá a poner apellido, límites rígidos, sopapos y tiros por las patas a las impenitentes travesuras del "padrino" ahora devenido "sobrino" y potencial heredero, ante el regocijado acuerdo de Patoruzú. Frente al Coronel, que viene para quedarse, Isidoro se define otra vez por la ambición original (apropiarse de una fortuna cercana o al menos no dejar que otro u otra se la sople) pero tiene respecto de él una distancia inicial que no es el fraternal vínculo con Patoruzú.
El último avatar será la separación de ambas series de historias: vivir aventuras con Patoruzú en rol secundario y hacer "locuras" como personaje principal mientras vive con el Coronel. Padrino apadrinado o sobrino desheredable, Isidoro (Cañones) corporiza la infracción, la incorrección en el fondo amable y contenida por el orden inmutable que encarnan sus tutores.
Quinterno e Isidoro pertenecen a un mundo -el de su alevosa y gloriosa juventud- que ya hace mucho no es el nuestro. Vaya el recuerdo agradecido por ello.

El día que Queen tocó en el Mundialista

¿Ché, cuando fue que estuvo Queen en Mar del Plata?", preguntó alguien la otra noche en la redacción del diario...

Yo venía de escuchar en Abbey Road a "Doctor Queen", una banda que obviamente hace covers de aquella espectacular banda que tuvimos en nuestra cuidad. Los "Doctor Queen" son buenos, y el cantante tiene una voz excelente. Se viste como Mercury, y dicen -quizás se trate de otro mito urbano- que se limó dos dientes para parecerse aún más a Freddy. Y fue entonces que me acordé del recital en el Mundialista.

Fue el 4 de marzo de 1981. Yo estaba en cuarto año de la Piloto y con una barra ahorramos todo el verano para conseguir la entrada. Se me piantó un lagrimón cuando, hace cosa de un año, un compañero de trabajo, Garo, me mostró la entrada original que atesoraba en su billetera. Creo que ya se la afanó otro que se sienta cerca mío.

Lo cierto fue que aquel fue uno de los recitales más emocionantes que ví en mi vida. Costaba creer que esos verdaderos "monstruos" se alojaran en el Hotel Provincial y tocaran -no recuerdo si antes o después de Vélez- a veinte cuadras de mi casa.

Entre otros temas, aquella noche se escucharon: We Will Rock You, Let Me Entertain You, Play The Game, Somebody To Love, I'm In Love With My Car, Get Down, Make Love, Need Your Loving Tonight, Save Me, Now I'm Here, Dragon Attack / Now I'm Here, Fat Bottomed Girls, Love Of My Life, Keep Yourself Alive y The Hero.

A decir verdad, los temas los nombrabamos en castellano. Así, We will rock you, para nosotros era "Nosotros te conmoveremos", además, la música que se empleaba en la publicidad de una campera made in Mar del Plata.

Sí, es verdad, ahora todo aquel que tiene más de 40 años dice en Mar del Plata que estuvo en aquel recital. Casi como el que dio "The Police", en el Radio City ante no más de 200 personas. El "Gordo" Jorge Battilana, organizador de aquel recital, me dijo hace poco una frase célebre: "si hubiesen pagado entrada todos los que hoy dicen que estuvieron en el recital de The Police yo hoy tendría más guita que Pescarmona".

Lo de Queen, aquella noche de marzo, fue alucinante. Vendían largavistas en el Estadio, y nosotros, que llegamos tres horas antes, vimos bajar a Mercury de una limusina justo donde están las boleterías del Estadio.

"Googleando" uno puede encontrar numerosas referencias a aquella visita. Incluso, hay quien tiene en un blog la foto del casette grabado. Yo grabé el de Vélez, transmitido por radio, con un National Panasonic que en aquel año era el MP4 de hoy. Obviamente, ese casette desapareció.
Guardo, también en algún cajón, la nota que publicó LA CAPITAL al cumplirse el 25 aniversario de aquel show, sin dudas, el más importante en la historia musical de la ciudad.

Otro compañero de laburo, el "Gato" González, fana de Queen obviamente, tiene guardadas en su PC varias fotos de aquel show de Queen en Mar del Plata.
Con su permiso, van algunas de esas fotos históricas. De nada.

De Punta Iglesia a los paradores

Uno que tenía como gran atractivo del verano pasar por la vereda de las piletas de Punta Iglesia y espiar a las "estrellas" que le daban notas a "Siete Días" y "Gente" hoy se siente un poquito "desubicado" recorriendo esos increibles paradores del sur, donde ahora se puede tomar sol en unas camas especiales, con tules y todo, previo pago de 200 pesos por día.

Son otros veranos, otras temporadas, que duda cabe, pero uno añora aquellos tiempos. Añora por añorar, es verdad, pero aquellas piletas, por ejemplo, las de Lolo Von Kotch, se leía en los diarios, eran increíbles. Alguna vez, creo recordar, más acá en el tiempo, cuando las piletas habían perdido "glamour", hubo allí un espectáculo con "delfines rusos". Fue la última vez que entré a esas piletas que se levantaban, por si alguien no lo sabe, donde hoy se encuentra ese hermoso parque levantado con motivo de la Cumbre de las Américas.

En aquellas temporadas, por ejemplo, por la avenida Colón se trasladaba un camión con una banda de rock en vivo. Era una promoción de cremas Hinds y la gente se mataba por obtener una muestra gratis. Colón estallaba, al igual que los boliches de la avenida Constitución. Las playas del sur eran para practicar turismo de aventura. No había ni Djs, ni pistas de skate, escuelas de surf, masajistas, recitales ni conexiones wifi. Se hacían colas en el correo de Luro y Santiago del Estero para mandar postales, y para hablar por teléfono a Buenos Aires había que pedirle a Entel la llamada con cuatro o seis horas de anticipación. Los pibes que se encierran hoy en los cybers oscuros creen que esto pasó en la época de las carabelas de Colón, pero no, fue hace veinte o treinta años nada más.
Los "chetos" barrenaban con tablas de telgopor y patas de rana en La Perla -ojo, ya había surfers, pero eran una secta minoritaria- , los "cancheros" se untaban con "Sapolán", y otros aparecían con brebajes especiales -algunos le ponían hasta Coca Cola- para lucir un bronceado especial. El ozono y sus capas no existían, los "bañeros", hoy guardavidas, se cansaban de "levantar" mujeres y tomarse un "Séptimo Regimiento" era lo más parecido a sentirse el rey de la noche.

Había fútbol de verano también, y los jugadores de Boca entrenaban a la mañana en la playa Punta Iglesia. Aceptaban sacarse fotos con los turistas mientras miles hacían colas frente a las boleterías de los teatros para sacar entradas para algunos de los cinco o seis espectáculos que verían en la quincena.
"King Kong" se imponía en los cines, y hasta se presentaba en un galpón de la avenida Luro, los actores concurrían a Capítulo V, el café regenteado por Ernesto Atochkin y en los barcitos de la Rambla se disfrutaban las picadas marineras sin temor a los "carteristas".
Tiene razón Spinetta, joder. No todo tiempo pasado fue mejor. Pero eran buenos tiempos, a no dudarlo.

Olmedo y los "galancitos"

Este blog tendrá como principal objetivo recordar algunos hechos de nuestra reciente historia marplatense. Desacartonada por cierto. Desfilarán anécdotas, historias, imagenes que nunca olvidaremos.
Los lugares donde bailabamos, los restaurantes y bares a los que concurríamos, la moda en los 80, las golosinas, las canciones, los programas de televisión que mirabamos de chicos quienes hoy tenemos entre 40 y 50 años.
Daremos el puntapié inicial. Seguramente, serán nuestros lectores quienes lo van a enriquecer con sus comentarios y sugerencias.

Para el arranque, nada mejor que recordar a Alberto Olmedo, quien en sus presentaciones teatrales en Mar del Plata convocaba a multitudes. Pese a las duras críticas que le publicaban los especialistas de espectáculos, Olmedo llenaba noche a noche la sala en la misma ciudad en la que encontró su trágica muerte. En la foto, una escena de la obra "Eramos tan pobres", en el teatro Tronador, en 1987, con Divina Gloria.
Y en materia teatral tampoco pueden soslayarse a los "galancitos", muchos de ellos hoy grandes actores reconocidos a nivel internacional, como Ricardo Darín. En la foto de nuestro archivo, tomada el 3 de enero de 1983, junto a Susana Giménez y Raúl Taibo.

Ellos llenaban los teatros, en épocas de bonanza económica. Los turistas empezaban a hacer colas muy temprano frente a las boleterías y era común que una familia visitante viera tres o cuatro obras en sus vacaciones. Hoy los tiempos cambiaron.