Los escuché atentamente, y cuando terminaron con sus intercambios de experiencias recordé lo que sucedía hace algunos años, por lo que no pude impedir que se me escapara un "ustedes no tienen idea lo que era viajar en la ruta con los pibes".
Pero vamos por parte, porque de lo contrario, los lectores de este blog no entenderán de qué hablo. Daniel, digamos que se llama Daniel (para ser sincero, se llama Daniel, para qué tanta vuelta!), rozando los 30 él, decía orgulloso a sus dos colegas, misma edad prácticamente -todos convertidos en padres en los últimos cinco años- que le había cambiado la vida el DVD portátil.
¿Cómo?
Sí, que la vida la había cambiado con el DVD portátil. Esto es que viajó a Buenos Aires sin que la bestia atada con el cinturón de seguridad en la asiento trasero -léase su hijo de cuatro añitos- haya abierto la boca en todo el periplo salvo para pedir pis a la altura de "Minotauro". El mocoso viajó "hipnotizado" con la última de Disney y ni se escuchó. Un santo, un angelito, viajando en el asiento trasero 400 kilómetros sin hacerse notar. No exagero si les digo que mis compañeros/as de laburo padres recientes, compran el DVD portátil antes que el placard. Y los felicito. Han logrado extirpar un problema que era histórico.
¡Lo que hubiese pagado por ese aparatito cuando viajé con mis tres salvajes hasta Mendoza teniendo ellos 8,4 y 2 añitos respectivamente!. Les hubiese alquilado todo Blockbuster, te aseguro. No señores, no teníamos DVD portátil. Esos eran viajes.
No teníamos DVD portátil pero si cojones. Porque había que tener cojones para hacer centenares de kilómetros con tus hijitos, jugando al "veo-veo", al descubrir figuras en las nubes o al apostar por el color que tendría el primer auto que vendrá de frente. ¡Ma que DVD portátil..!.
Es más, las costumbres pasan de generación en generación, por lo que en una oportunidad, violando todas las reglas pedagógicas, hice con el del medio lo mismo que treinta años antes había hecho mi viejo conmigo. El "nene" estaba insoportable, matándose con sus dos hermanos en el asiento trasero. "Vos me tocaste primero", aducía y lanzaba roscasos a diestra y siniestra encendiendo los llantos y gritos de sus brothers.
"Calmate o freno y te bajo", lo asuste en diez oportunidades en otros tantos kilómetros, mientras mi esposa tomaba mate y mirándome sin decir nada daba a entender algo así como "en este viaje, de estos salvajes te ocupas vos. Conmigo lidian 360 días al año. Estos cinco días son todo tuyos", me decía sin decirme. Pero volvamos al punto.
De cuarta a tercera, de ésta a segunda y luces intermitentes encendidas para detenerme en la banquina. "Bajá", ordené con la puerta abierta. No parpadeaba el guachón, mientras sus hermanos paraban de llorar. Para unos empezaba lo bueno y para él, la tragedia. Bah, eso creía yo. "Bajá carajo", ordené gritando.
El pibe se bajó. Puchereó. Si, puchereó, pero se la bancó. Me midió, estoy seguro, porque estos salvajitos ven abajo del agua, viven adelantados. Al toque se dio cuenta que no arrancaría dejándolo tirado al lado de la ruta. Pero me siguió el juego.
"¿Te vas a portar bien?", pregunté samarreándolo un poco.
Sólo movió la cabeza. Subió, y en no más de dos minutos todo había terminado.
Creo que mi viejo alcanzó a arrancar, conmigo abajo del auto, y hacer 60 o 70 metros . Tuvo más coraje que yo treinta y pico de años antes.
El viaje se reanudó con tranquilidad. El silencio fue total durante algunos kilómetros, aunque como lo sabrá cualquier padre, nada es eterno. A la media hora todo se había convertido en un caos nuevamente.
De haber tenido un DVD portátil, ahora que lo pienso, estoy seguro que hubiese recorrido el país en auto. Es más, ahí debe estar una de las claves del crecimiento del turismo interno, de la explosión de visitas a Tucumán, Salta, el Valle de la Luna o la Patagonia. Se lo deben al DVD portátil, a la calma en el asiento trasero. A la paz que supieron comprar en 12 cuotas con tarjeta estos padres jóvenes para quienes ahora sí, "el viajar es un placer"...
Pero vamos por parte, porque de lo contrario, los lectores de este blog no entenderán de qué hablo. Daniel, digamos que se llama Daniel (para ser sincero, se llama Daniel, para qué tanta vuelta!), rozando los 30 él, decía orgulloso a sus dos colegas, misma edad prácticamente -todos convertidos en padres en los últimos cinco años- que le había cambiado la vida el DVD portátil.
¿Cómo?
Sí, que la vida la había cambiado con el DVD portátil. Esto es que viajó a Buenos Aires sin que la bestia atada con el cinturón de seguridad en la asiento trasero -léase su hijo de cuatro añitos- haya abierto la boca en todo el periplo salvo para pedir pis a la altura de "Minotauro". El mocoso viajó "hipnotizado" con la última de Disney y ni se escuchó. Un santo, un angelito, viajando en el asiento trasero 400 kilómetros sin hacerse notar. No exagero si les digo que mis compañeros/as de laburo padres recientes, compran el DVD portátil antes que el placard. Y los felicito. Han logrado extirpar un problema que era histórico.
¡Lo que hubiese pagado por ese aparatito cuando viajé con mis tres salvajes hasta Mendoza teniendo ellos 8,4 y 2 añitos respectivamente!. Les hubiese alquilado todo Blockbuster, te aseguro. No señores, no teníamos DVD portátil. Esos eran viajes.
No teníamos DVD portátil pero si cojones. Porque había que tener cojones para hacer centenares de kilómetros con tus hijitos, jugando al "veo-veo", al descubrir figuras en las nubes o al apostar por el color que tendría el primer auto que vendrá de frente. ¡Ma que DVD portátil..!.
Es más, las costumbres pasan de generación en generación, por lo que en una oportunidad, violando todas las reglas pedagógicas, hice con el del medio lo mismo que treinta años antes había hecho mi viejo conmigo. El "nene" estaba insoportable, matándose con sus dos hermanos en el asiento trasero. "Vos me tocaste primero", aducía y lanzaba roscasos a diestra y siniestra encendiendo los llantos y gritos de sus brothers.
"Calmate o freno y te bajo", lo asuste en diez oportunidades en otros tantos kilómetros, mientras mi esposa tomaba mate y mirándome sin decir nada daba a entender algo así como "en este viaje, de estos salvajes te ocupas vos. Conmigo lidian 360 días al año. Estos cinco días son todo tuyos", me decía sin decirme. Pero volvamos al punto.
De cuarta a tercera, de ésta a segunda y luces intermitentes encendidas para detenerme en la banquina. "Bajá", ordené con la puerta abierta. No parpadeaba el guachón, mientras sus hermanos paraban de llorar. Para unos empezaba lo bueno y para él, la tragedia. Bah, eso creía yo. "Bajá carajo", ordené gritando.
El pibe se bajó. Puchereó. Si, puchereó, pero se la bancó. Me midió, estoy seguro, porque estos salvajitos ven abajo del agua, viven adelantados. Al toque se dio cuenta que no arrancaría dejándolo tirado al lado de la ruta. Pero me siguió el juego.
"¿Te vas a portar bien?", pregunté samarreándolo un poco.
Sólo movió la cabeza. Subió, y en no más de dos minutos todo había terminado.
Creo que mi viejo alcanzó a arrancar, conmigo abajo del auto, y hacer 60 o 70 metros . Tuvo más coraje que yo treinta y pico de años antes.
El viaje se reanudó con tranquilidad. El silencio fue total durante algunos kilómetros, aunque como lo sabrá cualquier padre, nada es eterno. A la media hora todo se había convertido en un caos nuevamente.
De haber tenido un DVD portátil, ahora que lo pienso, estoy seguro que hubiese recorrido el país en auto. Es más, ahí debe estar una de las claves del crecimiento del turismo interno, de la explosión de visitas a Tucumán, Salta, el Valle de la Luna o la Patagonia. Se lo deben al DVD portátil, a la calma en el asiento trasero. A la paz que supieron comprar en 12 cuotas con tarjeta estos padres jóvenes para quienes ahora sí, "el viajar es un placer"...
3 comentarios:
Buenísimooooo. Una recomendación: Además del portátil, en viajes largos hay que dosificar las pelis para que no se aburran y alternar con típicos como el "veo veo", "a qué se parace esa nube?; advertencias de dejarlos en medio de la ruta y "Porqué no duermen un rato así se hace más corto?". Esos son clásicos que la tecnología no podrá suprimir jamás...
quiero conocerte, por favor escribime a fafama2002@yahoo.com.ar
Nosotros eramos una "pandilla" de primos que viajabamos de Mardel a La Plata ida y vuelta. Antes de salir nos enchufaban un "caramelo chimbote" a cada uno, con eso no hablabamos hasta Maipu donde habia que para para saludar al Abuelo. El viaje se repartia entre una vieja revista despedazada que alguien encontraba debajo del asiento y los juegos de turno, la llegada de los "cigarrilos gigantes de Marlboro" y el cartel del Topo Gigio a pocos kilometros del "cruce Etcheverry". No teniamos peliculas y las vacas nos miraban aburridas como nosotros, pero esos si que eran viajes en familia!
Saludos marplatenses
Pato
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